13-19 de febrero
ISAÍAS 52-57
TESOROS DE LA BIBLIA
Isa 53:3-5. Fue despreciado y pagó por nuestros errores (w09 15/1 pág. 26 párrs. 3-5).
Para el Hijo unigénito debió de haber sido muy difícil dejar a su querido Padre, venir a la Tierra y sacrificar su vida para salvar a la humanidad del pecado y la muerte (Fili. 2:5-8). Ese sacrificio lograría algo que los sacrificios animales estipulados en la Ley mosaica nunca lograron: el perdón completo de los pecados (Heb. 10:1-4). Por eso, lo menos que podía haber hecho la gente era recibirlo favorablemente. Al menos eso es lo que deberían haber hecho los judíos, que estaban esperando al Mesías prometido (Juan 6:14). Pero Cristo fue “despreciado” por los judíos, quienes, según la profecía de Isaías, lo consideraron “como de ninguna importancia”. El apóstol Juan escribió: “Vino a su propia casa, pero los suyos no lo recibieron” (Juan 1:11). Y el apóstol Pedro les dijo a los judíos: “El Dios de nuestros antepasados [...] ha glorificado a su Siervo, Jesús, a quien ustedes, por su parte, entregaron y repudiaron ante el rostro de Pilato, cuando él había decidido ponerlo en libertad. Sí, ustedes repudiaron a aquel santo y justo” (Hech. 3:13, 14)
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Isaías también predijo que Jesús estaría “familiarizado con la enfermedad”. Aunque, como indica la Biblia, Jesús se cansaba de vez en cuando, nunca tuvo problemas de salud (Juan 4:6). ¿En qué sentido, entonces, se familiarizó con la enfermedad? En el sentido de que en su ministerio conoció a personas que estaban enfermas, a muchas de las cuales curó, movido por la compasión (Mar. 1:32-34). Así Jesús cumplió esta profecía: “Verdaderamente nuestras enfermedades fueron las que él mismo llevó; y en cuanto a nuestros dolores, él los cargó” (Isa. 53:4a; Mat. 8:16, 17).
Pocos contemporáneos de Jesús comprendieron la razón de su sufrimiento y muerte. La mayoría creía que Dios lo estaba castigando, como si le hubiera enviado una plaga o una dolencia repugnante (Mat. 27:38-44). Los judíos lo acusaron de blasfemia (Mar. 14:61-64; Juan 10:33). Claro está, Jesús no cometió este ni ningún otro pecado. No obstante, debido al gran amor que sentía por su Padre, la mismísima idea de morir acusado de ser un blasfemo tuvo que haber intensificado sus sufrimientos. Con todo, siempre estuvo dispuesto a someterse a la voluntad de Jehová (Mat. 26:39).
Isa 53:7, 8. Estuvo dispuesto a sacrificar su vida por nosotros (w09 15/1 pág. 27 párr. 10).
Cuando Juan el Bautista vio venir a Jesús, exclamó: “¡Mira, el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo!” (Juan 1:29). Al usar el término “Cordero”, es posible que Juan haya tenido presentes estas palabras de Isaías: “Se le fue llevando justamente como un cordero a la degollación” (Isa. 53:7, nota). Además, Isaías dijo de él: “Derramó su alma hasta la mismísima muerte” (Isa. 53:12). Es interesante notar que la noche en que Jesús instituyó la Conmemoración de su muerte, les entregó una copa de vino a sus once apóstoles fieles y les dijo: “Esto significa mi ‘sangre del pacto’, que ha de ser derramada a favor de muchos para perdón de pecados” (Mat. 26:28).
Isa 53:11, 12. Gracias a que fue fiel hasta la muerte, a nosotros se nos considera justos (w09 15/1 pág. 28 párr. 13).
Jehová dijo lo siguiente de su Siervo escogido: “El justo, mi siervo, traerá una posición de justos a muchas personas”. ¿Qué quiere decir eso? Al final del versículo 12 encontramos una pista: “Y por los transgresores [el Siervo] procedió a interponerse”. Todos los descendientes de Adán nacemos en pecado, somos transgresores, y por tanto recibimos “el salario que el pecado paga”: la muerte (Rom. 5:12; 6:23). Por eso necesitamos reconciliarnos con Jehová. El capítulo 53 de Isaías describe muy bien cómo Jesús se interpuso, o intercedió, a favor de la humanidad pecadora. Dice así: “El castigo que era para nuestra paz estuvo sobre él, y a causa de sus heridas ha habido una curación para nosotros” (Isa. 53:5).
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